Hace ya algunas semanas, el famoso escritor español Fernando Savater, ganador del Premio Planeta de novela en el año 2008, publicó en un conocido periódico un artículo acerca de la sorprendente anécdota que se produjo en una sala de un cine donostiarra, la cual ha suscitado un intenso debate en nuestro país.
En la historia, dos niños quedaron para ir al cine. Ya en la sala, el joven empezó a zarandear y agredir verbalmente a su acompañante, sin que los adultos presentes reaccionasen de forma directa hacia ellos, salvo una mujer que, levantándose de su asiento, le propinó una bofetada al chico, a la vez que decía "para que aprendas que siempre hay alguien más fuerte que tú". Como ya he comentado al principio, esta acción ha propiciado que distintos sectores de la población se posicionen, bien a favor de la actitud de la mujer, bien en contra de ella.
Así, nos encontramos, en primera instancia, con aquellas personas que piensan que la intervención de la mujer fue correcta, ya que, gracias a ella, las agresiones, tanto verbales como físicas, terminaron. Sin embargo, también existe una parte importante de los ciudadanos que opina de distinta forma, planteando que no se debe solucionar un acto de violencia con otro de igual o parecido tipo y que, más bien, podría haberse resuelto la situación con el diálogo.
Tras lo aquí expuesto, quiero comentar mi posición personal sobre el hecho, que se ubica con la del segundo grupo de personas, que no aprueban lo realizado por la mujer. Desde mi punto de vista, si bien es cierto que la intervención de la mujer consiguió zanjar la agresión del niño, la forma de hacerlo no fue la más adecuada, ni la única que se pudo adoptar para evitarlo. Siguiendo este planteamiento, creo que la violencia en cualquier situación es reprochable, incluso cuando se utiliza como respuesta a la propia violencia. Pero es que, además, existen otras alternativas para terminar con esa acción: avisar al encargado del local o al guardia de seguridad, intentar dialogar con el niño sin adoptar una actitud prepotente, separar a la niña del agresor, etc. Por último, quiero terminar comentando la posición de quien se queda al margen de una situación tan delicada, dejando que las cosas sigan su cauce, o esperando a que otros intervengan. Parece claro que, con esa forma de pensar y de actuar, no va a terminarse el problema, y el acto violento seguirá. Desde esa perspectiva, quien no actúa en ese caso, es cómplice de alguna forma en la agresión.
En la historia, dos niños quedaron para ir al cine. Ya en la sala, el joven empezó a zarandear y agredir verbalmente a su acompañante, sin que los adultos presentes reaccionasen de forma directa hacia ellos, salvo una mujer que, levantándose de su asiento, le propinó una bofetada al chico, a la vez que decía "para que aprendas que siempre hay alguien más fuerte que tú". Como ya he comentado al principio, esta acción ha propiciado que distintos sectores de la población se posicionen, bien a favor de la actitud de la mujer, bien en contra de ella.
Así, nos encontramos, en primera instancia, con aquellas personas que piensan que la intervención de la mujer fue correcta, ya que, gracias a ella, las agresiones, tanto verbales como físicas, terminaron. Sin embargo, también existe una parte importante de los ciudadanos que opina de distinta forma, planteando que no se debe solucionar un acto de violencia con otro de igual o parecido tipo y que, más bien, podría haberse resuelto la situación con el diálogo.
Tras lo aquí expuesto, quiero comentar mi posición personal sobre el hecho, que se ubica con la del segundo grupo de personas, que no aprueban lo realizado por la mujer. Desde mi punto de vista, si bien es cierto que la intervención de la mujer consiguió zanjar la agresión del niño, la forma de hacerlo no fue la más adecuada, ni la única que se pudo adoptar para evitarlo. Siguiendo este planteamiento, creo que la violencia en cualquier situación es reprochable, incluso cuando se utiliza como respuesta a la propia violencia. Pero es que, además, existen otras alternativas para terminar con esa acción: avisar al encargado del local o al guardia de seguridad, intentar dialogar con el niño sin adoptar una actitud prepotente, separar a la niña del agresor, etc. Por último, quiero terminar comentando la posición de quien se queda al margen de una situación tan delicada, dejando que las cosas sigan su cauce, o esperando a que otros intervengan. Parece claro que, con esa forma de pensar y de actuar, no va a terminarse el problema, y el acto violento seguirá. Desde esa perspectiva, quien no actúa en ese caso, es cómplice de alguna forma en la agresión.
En conclusión, podemos decir que el fin nunca puede justificar los medios, y que la violencia nunca debe ser una alternativa de solución a nada, ya que la violencia sólo engendra violencia. Todo esto no significa que no haya que tomar una actitud participativa ante los problemas sino, más bien, al contrario, intervenir para intentar solventarlos, apoyándose en el diálogo y en la comunicación.