Hace ya algunos siglos, los habitantes de un pequeño pueblo del norte de Roma fueron testigos de una gran época de sequía, la cual se produjo tras algunos veranos sorprendentemente calurosos. A consecuencia de ello, se produjo un largo período de pobreza en la zona, ya que la misma se sostenía principalmente por la agricultura.
Existía una pequeña aldea, cercana a la zona afectada, pero que no se vio tan afectada por el fenómeno, ya que tenían agua embalsada para abastecer a sus campos. Gran parte de la población de allí, al enterarse de la situación, no dudó en prestar su ayuda, no escatimando en enfuerzos ni inversiones para ello. Entre las propuestas llevadas a cabo, destacaron por su efectividad dos; por un lado, dividieron la cosecha para darles la tercera parte de ésta a sus vecinos y, por otra, colocaron una gran hucha, situada en el centro del pueblo para que los habitantes de la zona dejasen su voluntad. Casualmente, el primero que se acercó a la hucha fue un mendigo que deambulaba por el pueblo desde hacía años, dejando una aportación aparentemente insignificante, pero que suponía para él, el esfuerzo de toda una semana de trabajo. Unas horas después, pasó por allí el anfitrión de los Hiniesta, la familia más adinerada de todo la aldea y, probablemente, de toda la comarca. Lógicamente, se prestaron a las dos propuestas de ayuda, aportando un tercio de su cosecha, y una pequeña parte de su fortuna, tan importante fue su donación que supondría al final más del 75% de lo recogido global. Sin embargo, para ellos, esa aportación no supuso tener que renunciar a nada, su nivel de vida permaneció igual. A última hora, también pasó por allí la familia Gálvez. Sin embargo, y ante la mirada atónita de los presentes, ya que su situación económica era buena, pasaron de largo, sin depositar limosna alguna. Nadie entendió su forma de proceder. Sin embargo, pasados unos días, algunos de los habitantes de la aldea pudieron comprobar como la familia Gálvez al completo estaba trabajando con las familias afectadas en sus tierras.
A modo de conclusión, esta pequeña historia quiere reflejar que aunque se alivie la situación económica gracias a aquellos que más dan, no siempre son las ayudas más significativas. En ese aspecto habría que englobar a los que lo hacen de forma desinteresada, y privándose incluso de lo necesario para ellos. Tampoco hay que juzgar por las apariencias, ya que en muchas ocasiones éstas son engañosas y, además, la forma de actuar de cada quien puede ser personal y distinta, y no por ello peor.
sábado, 31 de enero de 2009
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